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El que paga ¿manda?

Haidé Serrano conduce y produce Feminismos en Corto sin Tanto Rollo. Está dedicada a la comunicación sobre feminismo, perspectiva de género, desigualdad y violencia. Ha trabajado en el servicio público, así como en diversos medios de comunicación. Es autora del libro “Mujeres líderes en la pandemia”. Es licenciada en Comunicación y maestra en Género, Derecho y Proceso Penal.

Una de las razones por las cuales las mujeres que viven violencia en sus hogares, donde el agresor es la pareja, no rompen con el círculo de agresión es porque no tienen recursos económicos. Han trabajado como “amas de casa”, mamás y cuidadoras sin recibir un sueldo. No tienen ahorros o patrimonio. Han interrumpido –o tal vez nunca comenzado– su desarrollo profesional para dedicarse a su familia, lo que las limita a incorporarse al mercado laboral, pues no tienen experiencia, relaciones ni currículum. Es decir, han sido víctimas de violencia económica.

Esta realidad se presenta como un obstáculo aparentemente insalvable para miles de mujeres que sufren violencia. ¿Cómo salir del hogar, que es el sitio de peligro, si no tienes dinero? Frecuentemente no tienen a dónde ir. Son responsables además de sus hijas e hijos, quienes también son víctimas de violencia.

Mientras el patrimonio de la familia es construido con el trabajo de quienes la constituyen (remunerados o no), en muchas ocasiones el control económico está en manos de los varones. Ese modelo de familia, donde los varones trabajan en el espacio público y reciben remuneración por ello y las mujeres trabajan en el privado y no tienen paga se ha resquebrajado por numerosas razones.

Gracias a las feministas se nombró este tipo de violencia en la Ley General de Acceso de las Mujeres a una vida Libre de Violencia (LGAMVLV, 2007), en su artículo 6, fracción IV, como violencia económica:

“Es toda acción u omisión del agresor que afecta la supervivencia económica de la víctima. Se manifiesta a través de limitaciones encaminadas a controlar el ingreso de sus percepciones económicas, así como la percepción de un salario menor por igual trabajo, dentro de un mismo centro laboral”.

Pasaron muchos años para que algunas mujeres se dieran cuenta de que debían romper la dependencia económica. Que el control sobre su patrimonio utilizado por los hombres para abusar de ellas no era buena inversión. Mucho menos cuando la violencia económica se suma a otros tipos de violencia, igualmente tolerados y promovidos por la sociedad machista en la que vivimos.

Aún hoy, este tipo de violencia no es reconocido como tal. Es tan “aceptada” la violencia económica que se tolera sin la conciencia de las consecuencias que pueda tener a corto, mediano o largo plazo. No solo en el ámbito familiar, sino en cualquiera donde se presente.

Es imperativo que se hable de ella, que se identifique y que se le ponga un alto en nuestras relaciones. Esta forma de manipulación del abusador está acompañada de otras formas de violencia.

Algunos ejemplos de violencia económica son: La persona que abusa tiene control sobre el dinero de la otra persona, sea su herencia, sueldo o ahorros. Le critica en lo que gasta, la presiona para que no lo haga o que se invierta en lo que mejor le parezca al abusador.

La persona que abusa esconde, por ejemplo, en cuentas bancarias, en efectivo o en propiedades los recursos económicos que son de ambas personas. O bien, si solo son de una de ellas.

También se niega a realizar las aportaciones que antes habían sido acordadas. Cambia de opinión y hace un “pleito ranchero” cada vez que se habla de dinero.

En otros casos, el abusador obliga a firmar documentos que no son comprensibles para la otra persona. Si están en algún trámite judicial como la custodia de lxs hijxs o el divorcio, se aprovecha de su posición económica, para ganar el juicio, alentarlo o bien ralentizarlo, todo en su beneficio.

Expresa opiniones negativas sobre el trabajo de la persona o la presiona para que renuncie, con el objetivo de que pierda su principal fuente de ingresos.

También es común el machito que critica constantemente a las mujeres para minar su autoestima y que no consigan un empleo. Se autoerige como el experto en temas laborales y quiere mandar sobre dónde, cómo y con quién debe trabajar. Incluso las obligan a trabajar en ciertos horarios, de acuerdo a su conveniencia. Especifican cómo, en qué cuentas, las mujeres deben recibir su salario. En muchos casos, las acosan en sus sitios de trabajo, las espían, las cuestionan sobre sus compañeros y jefes y les dictan la forma de vestir.

La violencia económica, también conocida como abuso financiero, tiene cifras alarmantes, según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares 2016, 13.4 millones de mexicanas la han padecido en algún momento de su vida, es decir, 29% del total de mujeres de 15 años o más.

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