Allan Greenspan, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos —la famosísima Fed— de 1987 a 2006, bajo las presidencias de Ronald Reagan, George H. W. Bush, Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama, evidentemente —¡ningún idiota dura tanto tiempo en una chamba!— fue un gran economista, que se caracterizó por su increíble flexibilidad en “La era de las turbulencias” —cual es el título de su autobiografía—, que sabía que los ciclos económicos requieren variaciones acordes, por lo que ni liberales ni socialistas tienen la capacidad de implementarlas si permanecen empecinados en sus dogmas.
El presidente del banco central estadounidense, por igual con jefes republicanos que con demócratas, fue lo mismo eficiente para todos porque tuvo la capacidad de superponer la razón a la ideología, lo que muy pocos gobernantes y responsables de las finanzas de los estados en la historia contemporánea han logrado hacer. Por desgracia, tras el penúltimo informe de gobierno de Andrés Manuel López Obrador, constatamos que lo mucho que ha tenido de bueno por sus políticas económico-sociales, ha resultado también negativo —resultará, mejor dicho, pues los efectos más adversos conforme pasen el tiempo, después de las elecciones generales, estaremos por verlos— para el desempeño económico del país.
Las políticas que expresamente han privilegiado a los pobres desde luego tienen efectos muy visibles y electoralmente sensibles, lo que implica un respiro para las familias beneficiadas, pero de ninguna manera desarrollo. Otros proyectos, como los de infraestructura —llámense Tren Maya, Ferrocarril Transístmico, Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles y, en mucha menor medida, Refinería Olmeca de Dos Bocas—, tendrán mucha más incidencia en términos temporales, aunque sean subsidiados —de eso se trata—, más la actividad del gobierno al cual le queda una sexta parte de existencia habrá sido más o menos inútil en términos de la historia del país.
Si el presidente López está consciente o no de que sus políticas económicas de corte social han sido, si bien necesarias y hasta algo benéficas para paliar la pobreza, por lo menos insuficientes, es poco relevante, pero sus bondades serán capitalizadas electoralmente solo por sus partidos y correligionarios, más buena parte del enorme capital político del que goza indudablemente se sostiene también por dos grandes mitos esgrimidos durante su gestión y resaltados en el mensaje culmen de su quinto año: las remesas de los trabajadores mexicanos en Estados Unidos (y Canadá) y el “superpeso”.
El primer fenómeno es, por un lado, resultado de la paupérrima capacidad de México para generar empleos y, en no mucha menor medida, de la espantosa inseguridad que nos agobia y obliga a nuestros connacionales a emigrar al norte, a título de emergencia, de supervivencia, más que en busca de mejores oportunidades y ya no se diga del american dream. Independientemente de que a todas luces el hecho de que esta que es la segunda o tercera fuente de divisas para el país —compite con los falsarios hidrocarburos y con el menospreciado turismo, pero siempre por delante de las manufacturas, sobre todo de la industria automotriz, por lo menos ahora que el fenómeno del nearshoring es apenas una esperanzadora promesa— es solo un vergonzoso efecto de nuestras taras nacionales, que por cierto es muy anterior a la Cuarta Transformación, su resultante tampoco impulsa al desarrollo, ni siquiera al PIB, y debido al otro fenómeno —el superpeso— ya tampoco ayuda tanto a las familias, estados y regiones como antaño lo hiciere.
Tenemos entonces que López presume casi a diario de sucesos que resultan más negativos que benéficos para nuestra economía, amén de que, en su generación, en todo caso, habría más culpabilidad —mucho más añeja que un lustro, claro está— que méritos, aunque sería abstruso decir que un respiro para el pueblo pobre, sea cual fuere su motivación, deba ser maldecido sin más; al contrario.
Pero el hecho de hacerle manita de puerco al Banco de México para que, tras el gambito del combate a la inflación, establezca tasas de interés extremas y valorice artificiosamente al peso, no solo ha dado al traste con los efectos positivos de las multimillonarias remesas —por supuesto los siempre abusivos servicios de envío de dinero reciben dólares y pagan en pesos, con el tipo de cambio más desfavorable posible para los usuarios—, sino también ha lacerado y puesto en articulo mortis a los negocios nacionales que realizan operaciones que implican cambios de divisas, como los de importación-exportación, o los turísticos, que pierden competitividad frente a sus similares de otros países, que implementan políticas y esquemas cambiarios más realistas.
No: la 4T definitivamente no leyó a Keynes ni sus operadores parecen haber pasado por la universidad, como no fuera por alguna del Bienestar Benito Juárez Garcia. Obviamente tampoco tienen una estampita de san Alan Greenspan en la cartera, donde el presidente sí trae a los beatos de su devoción, junto a su legendario billete de 200 pesos.
Para los estados de gobiernos morenistas se perfila la opción, que al parecer está tomando con notorio liderazgo el Quintana Roo de Mara Lezama Espinosa, de no renunciar al compromiso que el gobierno de López signó con los enormes estratos menesterosos de la sociedad, inhumanamente abandonados por al menos 36 años de neoliberalismo y de la cruenta perpetración del rapaz Consenso de Washington de los Chicago Boys contra las economías atrasadas y emergentes, todas endeudadas con el Fondo Monetario Internacional y la plétora de organismos financieros mundiales carroñeros, pero trabajando en el desarrollo de los agentes económicos, sin odios jarochos contra el empresariado, facilitando su desenvolvimiento.
El balance sexenal será, pues, de una mediana hacia mayor reducción de la pobreza, lo que sin duda tiene sus méritos y es ganancia, pero la desmesura que registrarán las casillas electorales el domingo 7 de julio de 2024 reflejará solo la “bonanza mañanera” y, por ende, estará a muchos años luz de la realidad. La arrolladora popularidad del presidente López Obrador definirá la elección presidencial —esperemos que no la legislativa— y será para bien, pero no suficiente.
Las regiones y los estados tendrán la palabra.
LA DICHA INICUA…
Más para la broma y la chapuza que para una crítica real quedará el elongado retraso en el recorrido de exhibición del Tren Maya, que captó por supuesto la atención de todos los medios, no solo por la importancia de la obra insignia del presidente López Obrador, sino también porque llenó los flamantes vagones de personajes ilustres —incluido su gran amigo, el que no sigue siendo el hombre más rico del orbe solo porque subrogó muchas de sus empresas y capitales a familiares y filiales: el dueño, entre muchos otros emporios más, de Telmex, Carlos Slim Helú—. Solo nos faltó ver a doña Panoplia de Altopedo, la musa de Catón.
Con seguridad, hubo panuchos —no: panucos no; están vetados en la 4T—, salbutes y agua de horchata, cortesía del Gobierno de la República, para disfrutar más de una hora de pausa en un viaje que acabó siendo bien alucinante.
GRILLOGRAMA
Tsss… El tren baaala, hermanooo…
A poco de haber salido
¿El tren? Sepa la chin…
Señores; no pasa nada
¡Es que el viaje está re chiii-do!
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